Hermana del fuego

Porque me reconozco mortal
fiel a la condición humana
común en mi pequeñez
susceptible a tormentas
proclive a la ternura.
 
Porque nací adicta a la curiosidad y al asombro.
 
Porque soy frágil
una partícula exigua en el cosmos
vulnerable
como tú.
 
Porque crecí consciente de mi imperfección
de la brevedad de mi tiempo
de la levedad de mi ser.
 
Porque mi cuerpo es hoguera
cuando regala amor
y mi mente un misterio incansable
en búsqueda de la verdad.
 
Porque soy hija del agua
hermana del fuego
femenina de sol a sol.
 
Vivo y muero
caigo y resurjo
agradecida por mi índole
de llama y río
de mujer efímera
 
de estrella fugaz.

			

Umbral de otoño

Tal parece que pronto habré cruzado el umbral. El cuerpo lo anuncia con la elocuencia de sus cambios, mi espíritu lo sabe desde el día de mi nacimiento, las mareas mentales también hacen lo suyo. Encuentran un nuevo gusto a la pausa, mis urgencias empiezan a serenarse.

Surgen dudas ¿Qué sucederá con el fuego permanente que reconozco en mi interior? Acaso es necesario que arda inmenso para que el otoño no apague mi afán. Puede ser que su inquietud sea indispensable para salvaguardar el equilibrio. O, tal vez, empiece a sentir la inevitable muerte de sus llamas.

La juventud es una noción que tiende a alejarse. No abandona la memoria, se resguarda discreta para estar si se le busca, para salvar los días bajos a pulso de remembranza. Ya no impone ideales ni emite sentencias, reconoce imposible el imperio de su naturaleza.

En esa parte interior de mi entendimiento que no acepta medias verdades, me sé mujer que decae en el sinuoso sendero natural de la vida. Quiero, sin embargo, inventar una lenta decadencia, libre de sobresaltos. Quizás pido demasiado.

Los días de la estación nueva llegan con otro tipo de iluminación. Ocre y marrón, con pizcas de polvo de estrellas para procurar justas dosis de ilusión, algunas de locura, para suavizar un poco mi andar ahora que el terreno se empina.

A la mente le pido disciplina férrea, queda mucho aprendizaje en diferentes tinteros. Y los quiero todos. El manantial de ideas reconoce el nuevo tono de mi tiempo, se transforma, sin embargo no hay espacio para sequías. La fertilidad de la mente es un pacto celebrado con la vida, un acuerdo que se renueva cada día. Sin el fluido creativo no puedo sobrevivir, sin el reto neuronal no seré posible.

Este cuerpo que ha recorrido tantos paisajes, que me ha enseñado a sentir profundo, este andamiaje de agua y sangre que colocó dolor y placer sobre mi piel, está preparado para la nueva cadencia que impone la decadencia. Recibo agradecida los dibujos que trazan los años ocre. Con dignidad, me hago otoñal.

Pido al cuerpo templanza para continuar el viaje que las hormonas dictan, serenidad para aceptar destinos desconocidos, coraje para combatir lo combatible, consciencia para reconocerse envejecido.

De mi alma espero sabiduría, fuerza para abrir las puertas que el nuevo camino ofrezca, fe en el futuro, entusiasmo, movimiento. Ternura, toda la ternura del universo.

Y al amor, aliento vital que me ha dado tanto y con el que todo he dado, le pido que siembre pequeñas primaveras dentro de mi jardín, como si fueran canículas de magia en mi condición de mujer otoño. Que florezcan brevemente, de vez en cuando, para apaciguar la nostalgia.

Amor deseo siempre. Para dar y darme, para no perder la dirección que dicta mi brújula, para llegar a la última estación con las alforjas llenas de besos.

Te recibo otoño, en la piel y la sangre, en mis pasos de mujer madura, en mis manos recorridas por ríos azules llenos de historias, manos siempre abiertas.

Mi mente retará tus vientos con insistencia febril, también la curiosidad. ¿Quién sabe? acaso te guste entrar a mis años que ahora son tuyos, con una niña escondida al acecho de aventuras.

Acérquese a la ventana

Acérquese a la ventana, me piden. Son las once de la mañana y estoy de turno en la oficina. Impera la metódica distancia, la ausencia a medias y el aroma de pandemia. El ambiente y el ánimo son gobernados por un silencio que empieza a ser rutina.

Extrañada, me asomo al ventanal. Estoy en un segundo piso.  Veo a través de las persianas y ahí está, con su pelito blanco, su mirada puroamor, una mascarilla enorme que le cubre casi todo el rostro y una caja de donas.

Mi madre, mi adorada madre, mi madre escapista, batiendo los brazos, saluda desde el estacionamiento como lo hace un niño en la playa cuando adivina un barquito. Con una emoción que no vi llegar, somato el vidrio para que sepa que ahí estoy. Pero no me ve porque el sol suelta un reflejo tosco sobre el cristal.

Rompo protocolo y distancia y bajo de prisa las gradas. La alcanzo y se derrumba el andamiaje que tan bien armadito he mantenido. Continuó rompiendo todo, menos el abrazo. Sin poder –o querer– evitarlo, rompo en llanto. Fue mi única visita de cumpleaños, la mejor.

Formas variopintas de amor existen, la suya es sólida, incondicional, perpetua.

¿Qué puedo decir? Soy sentimental a más no poder. Sin los hijos cerca, sin canciones ni pastel ni velitas, mi vieja con su caja de Krispie Cream no permite que el cumpleaños de su hija resbale entre este montón de días en los que nos hicimos seres solitarios.

Quedo rota, sí. Y agradecida.

En silencio, otro dolor

Llega el momento en que ya no puedes compartir dolores con tu madre. La fragilidad que los años otorgan ha tomado el hogar seguro que son su voz y su cuerpo, adivinas cansancio en la fortaleza de su abrazo.

Dicta la naturaleza que es tu tiempo de mimarla, de cuidar con primor los detalles que construyen el bienestar que merece. Tiempos para protegerla hasta de ti misma y las penas que te abaten, si es preciso.

Andar el puente, aceptar ese rito de paso cronológico, es una lección de humildad de la vida, siempre cambiante. Una de tantas enseñanzas.

Lo atraviesas a paso lento. Sin poder evitarlo, cruzarlo siembra en silencio un nuevo tipo de dolor.

Hija de la muerte

Ni la suma de todas las imágenes que de ti guardo logran reconstruirte completo.

Siempre serás, padre, una nostálgica construcción en proceso, un rompecabezas dentro de mi memoria.

Todo tú, incompleto para la eternidad.

A veces llegas sombra, otras sonido, en algunas ocasiones sos una secuencia de movimientos tan reales que logro borrar durante instantes el túnel de los largos años.

Completarte es una especie de misión. Hoy, en esta oscuridad nueva, en este silencio, hoy, que me dolés en cada carencia, hija de la muerte, soy consciente de su naturaleza permanente.

Tu retrato grande llegó a otra pared. No fui yo, padre, quien te desterró del rincón. No comprenden las otras manos que solo yo debo tocarte.

Te veo aún, ahí estás en el nuevo sitio, casi te encuentro, casi. Nadie entiende.

Enloquezco de ira.