Si mi lectura trae ráfagas de dolor, si llega con cargas de tristeza suficientemente grandes para provocar llanto, un chocolate resulta imprescindible.
Hay algo en su dulzura, en el aroma que queda flotando después de comerlo, un misterioso gusto que lo convierte en salvación.
Pero tiene un lado oscuro. Lo descubro al leer su lista de ingredientes. Sirope de maíz, azúcar, aceite de palma, de canola, de coco, de girasol. Manteca de cacao, por supuesto. No olvidemos su dosis de artificiales para que no perezca.
Así las cosas, no sé cuáles palabras me hacen llorar más, las de mi magnífico libro o las del envoltorio de mi choco-salvación-asesina.