La sopa

La primera vez que tiraron ese cuento de hadas y brujas sobre el lienzo de mi entendimiento, tenía nueve años, los ojos curtidos por tanto llorar y una ira inmensa, viscosa, que subía de mis pies, talla 32, a mi cabeza con clips de tortolita.

Que el día en que te vas ya está escrito desde el día que naciste, reza el cuento. Que una fuerza superior decide los años que ha de medir la vida de cada mortal. Que su omnipresencia y omnipotencia sabe cuándo, sabe más. Que lo ha hecho desde el principio y lo seguirá haciendo por los siglos de los siglos. Hasta el final, por nuestro bien.

Que no llorara tanto, pidieron. Qué él estaba mejor que todos, decían, que desde lejos, desde arriba, nos cuidaría.

Algún día lo entenderás, concluyeron, después de derramarme encima semejante cuento fantástico, como si fuera sopa caliente.

Y aquí estoy, cuarenta años después, quemándome todavía con la misma, inconcebible, inaceptable, absurda, sopa.

A quien le toque, que me otorgue un perdón. Por incrédula, por iracunda, por no saber cómo se deja de llorar. Que me perdone, sí, para que en este sitio que habita mi protesta, se sienta un poco de misericordia.

Porque a la muerte no. Yo no aprendí a perdonarla.

oleo de sopa 2

Hielo

La frialdad,

en todas sus manifestaciones,

tiene el poder de romperme en pequeños añicos.

Los hielos del aire son los menos crueles.

Su paso gélido empieza en la piel y termina en los huesos.

No escarcha lo irreparable,

eso es negocio de la frialdad que,

por innombrable,

desarma hasta al más cálido de los veranos.

Y vuelve a romperme

aunque recurra al abrigo de la divagación.

Nada tan helado

como el desprecio

que emana de la mirada humana.

Reclamo inútil

img_7513A veces te enfrento como si tuviera derecho a reclamar.

Pero permanecés ahí,

impávido,

más plano que nunca.

Me ves sin verme.

No naciste para mentir.

Y es eso lo que quiero reclamarte,

que no intentás mentirme,

ni siquiera por piedad.

Camino hacia tu faz geométrica y,

estoico,

me devolvés un fantasma.

#elespejonomiente.

No me mires

No te quedes viéndome así
no deslices tus ojos hielo sobre mi cara
desde esa torre tuya
desafiante
y misericordioso a la vez.
 
Mi rostro es un minúsculo islote
una posdata breve
el párrafo de un prólogo pequeño
apenas un principio
o acaso el final.
 
Ahí no encontrarás el manantial de mi verdad
no son, mis facciones de muchas razas
la jungla donde florecen mis raíces.
 
Son solo dos cejas arañadas por el tiempo
una nariz fracturada por danzas de otra vida
huesos rotos, atornillados
huesos ingenuos que aún sostienen mi faz.
 
Este rostro de mujer
es un simple contador del tiempo
pecas nuevas con cada luna
rayas de años que trazan
con sinuosa geometría
abstractos verticales y horizontales
al azar.
 
No lances las piedras de tu tiempo
sobre mi cara
atropellada por avalanchas de desconcierto
violentada por escrutinios
como el tuyo.
 
Este rostro que desarmas con tu juicio
es tan solo una imagen que la vida erosiona.
 
 Pon atención a lo que llevo dentro
es tan fácil, habita cada cueva
de mi imperfección.
 
Aflora en la piel de mis palabras
en el quehacer de mis manos
en los fantasmas
dueños de mis lágrimas
en la campana de mi risa
sobre el mármol de mi cautela
en el tuétano de mi miedo.
 
Explora el hilván de ideas que
sin conocer tregua
se balancea en mis lianas
fluorescentes.
 
Conoce la estrella que guía mi actuar
las verdades que flotan en pozas de llanto
en besos llamarada, en las frases francas
que cuentan mi historia.
 
Siente las ternuras que resguardo
celosa, con el afán de quien conoce
glorias escasas.
 
Nada está escrito sobre mi cara
entra en la selva que guardo adentro
sumérgete en las razones
y desazones y desiertos
que me empujan a escribir
a ser y hacer
a observar
o a cerrar los ojos.
 
Resbala por el tobogán esmeralda
que une mi cerebro de laberintos
con mi corazón  arco iris
siente su compás.
 
 No, no perfores mi semblante
no deslices, desde el pedestal
de tus argumentos
miradas sentencia sobre estos labios
ahí no estoy yo, realmente yo.
 
Mirar mi rostro de esa manera
colocar tus manos de otro mundo
sobre mi mejilla, como si te perteneciera
jamás te mostrará la ruta que conduce
al sagrario de mi cuerpo.
 
Si recorres la simpleza de mis superficies
así, a medias
si no sientes el río de mi canción
la corriente de sus aguas
sus arenas movedizas
 
perderás cada segundo
 
             de tu valioso tiempo.

Cocinar para encontrarme

Existe en el ritual de la cocina un encanto casi sobrenatural. Habita la cadencia que surge al picar. Baila en la perfección circular que dibuja volutas sobre salsas satinadas, se eleva en los aromas, nuevos o históricos.

Flota en el aire que lleva y trae la premonición de los sabores. Se escucha en el tic-tac de un reloj que ocupa lánguidos minutos con ceremonias culinarias.

Es un rito que salva, que transforma, que interrumpe tedios, que da sentido a los agujeros, que invoca sitios o pasados, es una danza que eleva.

Sueños

Soñé a mi papá. Lo sentí cerca, claro y vívido, como lo soñaba cuando era niña. Estábamos en nuestra casita de Mixco, aquella linda casa-cabaña de madera que hacía ruiditos en la noche. La había convertido -en el sueño- en un restaurante de carne, se llamaba “El viejo”, su restaurante. Y se le veía tan feliz.

Todos estábamos en nuestra casita restaurante, todos contentos, hasta los nietos que él no llegó a conocer.

Fue apenas un sueño, fruto de un coctel de lágrimas, nostalgias y exceso de comida, pero sentí a mi viejo hasta en los huesos. Tan lúcido soñé que escuché su voz, el siseo de carne en la parrilla, el ruidito inolvidable de la madera, como cuando vivíamos ahí.

Sí. La última noche del año soñé a mi papá, estaba tan vivo, muy vivo. Lleno de vida soñé a mi papá muerto. Y otro agujerito queda en el agujerote que llevo siempre a rastras.