¿Cómo llamar a ese estado de mi materia cuando las moléculas que forman el cuerpo que habito dejan de ser sujetos percibidos en el campo visual de quienes viven conmigo?
¿Cómo llamar al estado de visión selectiva de esos individuos?

Un blog de Nicté Serra
¿Cómo llamar a ese estado de mi materia cuando las moléculas que forman el cuerpo que habito dejan de ser sujetos percibidos en el campo visual de quienes viven conmigo?
¿Cómo llamar al estado de visión selectiva de esos individuos?
Fue una noche para Mayarí. Más allá del espíritu que inspiró la gala de Adentro, noble a todas luces, para nuestra pequeña tribu de mujeres fue un viaje al pasado, un homenaje a quien fuera mi hermana en aquel tiempo.
Mayarí adolescente, rebosante de salud, atesora un disco de acetato y lo gasta por tanto escucharlo. Es fanática, la canción de un cincho que daba vueltas a un abandonado aún flota en el aire de aquella casa. Corría el ocaso de los ´80.
Han pasado casi tres décadas. La enfermedad oxidó la memoria inmediata en su mente fragmentada. A cambio, en una bóveda inmune a desvanecimientos, le guarda recuerdos de juventud. La música es uno de los más densos, su Ricardo permanece intacto. Delgado, joven, peludo, aguerrido en un país que dificultaba la aventura artística a los locales. Nuestra casa de mujeres musicales rompía ese canon contradictorio.
La noche del martes, ver a mi hermana en estado de fascinación fue un regalo. Escuchar cómo resbalaban frases exactas en su canto acompañador y ver cómo brillaban sus ojos de pura alegría, nos contagió su embeleso.
El sonido universal de la nostalgia, eso escuchamos. Un manto de energía sonora llegaba desde el escenario y arropaba a mi hermana. Melodías de aquellos años-ocaso se mezclaban con imágenes de muchachitas, casi mujeres, que cantábamos mientras Mayarí custodiaba con afán su Verbo no sustantivo.
La música nos devolvió a días cuando no había sucedido la invasión de la enfermedad, ni siquiera la imaginábamos. Pero la vida está llena de invasiones, algunas se quedan para siempre.
Pones en duda la calidad de mis recuerdos.
Cuestionas la secuencia de escenas, exactas, que de aquella tarde oscura guardo en alguna porción de mi sólida masa encefálica.
Dices que los años difuminan los hechos reales, que insertan en sus vacíos imágenes nacidas en el seno de mis atormentadas emociones.
Sugieres que a lo mejor no fue tan largo, tan profundo, tan oscuro.
Sonríes condescendiente y luego sueltas a mi rostro, con movimiento de látigo, una cadena de razones con profesionalismo psicológico para explicar el omnipresente dolor, para argumentar su inconveniencia, para asegurar que no sirve de nada, el único argumento en el que te doy la razón.
Peligrosamente, fríamente, con arrogancia, colocas en tela de juicio la verdad que desde niña me acompaña.
Cómo te atreves…