Escribir para niños y jóvenes no es tarea ligera, señores. Es volver a los zapatos de trabita con calcetas vaporosas. Es usar palabras de patojada, es romper los muros que el tiempo levantó entre la infancia y este dislocado y tan adulto ahora. Es volver a soñar. Crear Literatura para quienes llegaron al mundo en esta era extraña es un reto descomunal, casi temerario. Pero, como si de un milagro se tratara, también puede ser un magnífico festejo.
En FILGUA tuve el honor, al lado de mi amiga y maestra, Gloria Hernández
-privilegio y honor también- de presentar a Alicia Molina, ambas connotadas escritoras de LIJ. Para esta aprendiz que jamás dejará de serlo, conversar con ellas fue un lujo, un verdadero regalo. Alicia, escritora mexicana, es también guionista e investigadora y su misión de vida es la integración de niños con discapacidad a través de su obra. «Todos significa todos» reza el título de una de sus textos pedagógicos. Y es hilo conductor en su divertida creación literaria. A los autores, digo siempre, se les conoce a través de sus libros. Ahí van quedando sus ojos y sus manos y su voz. Su esencia se columpia o juega o llora dentro de cada palabra. Conocerlos en persona es completar la experiencia. Es reafirmar que detrás de esas palabras vive una mente luminosa y un ser de absoluta sensibilidad, como Alicia y como Gloria.
El público también fue un regalo, maestras, maestros y estudiantes de magisterio.
Quien piense que escribir poemas o cuentos o novelitas para peques fluye como leche, está equivocado. Por eso mi admiración para los autores de LIJ es cada vez mayor. He pasado noches enteras buscando palabritas apropiadas para escribir un poema sobre un gallo, o sobre una pared que habla o buscando un columpio que vuela. Y me quiebro el seso. Cosa más difícil, caramba.