Cada esquina de esta ciudad cuenta una historia de niños y trabajo. A ti niña de larga trenza que vendes bananitos, te veo en la diagonal 6 con pencas amarillas que ocultan tus manos pequeñas. Diez quetzales seño y ojalá la luz no cambie para que el don de atrás no le pite. Y en una hora en la que otros niños comen banano con miel en algún patio de recreo, tú procuras negocios con fruta y centavos.
A ti pequeño experto que transformas calzado en espejo, te veo cuando entro a las bodegas en donde trabajo. Ambos laboramos en el mismo domicilio fiscal aunque nos separe un abismo de años. Al mismo tiempo, por el retrovisor veo un bus amarillo que lleva niños tan grandes o pequeños como tú. Ellos se dirigen al aula en donde ganan exámenes. Tú, chico de caja y banquito, buscas pies para ganar billetes.
Y te conozco tanto artista urbano. Montas espectáculos en las calles para distraer conductores y para sobrevivir. Tú, chico que cortas el aire lanzando machetes con talento de carnaval, tiras los filos como si ahí flotara el hambre que de tajo quieres cercenar. No sabes que si algo cortas es mi esperanza de que tu vida cambie en esta ciudad del siglo XXI con necesidades medievales.
Payaso de rostro dibujado con colorido esmero, con gorra de arco iris y zapatos largos, subes y bajas las cejas y te ríes a pesar de la lluvia. Haces magia con pañuelos rojos que brotan de tus dedos. Tan grande es tu habilidad, tan pequeños tus dedos y tus ojos y el fruto de tu trabajo. Haces reír a quienes solo vemos el gris de la tarde. ¿A cambio de cuánto? Son tan pocas las ventanas que se abren. Es la prisa, es la indiferencia. Y la maña de asumir que ese es tu sitio.
Niña que lavas, niño que siembras, niños y niñas que cargan bultos y limpian ventanas. Hoy es el Día Internacional en contra del Trabajo Infantil, pero ustedes, pequeños, ni lo saben ni se enteran. Tienen que salir a trabajar, para comer, para sobrevivir.