Para los zurdos existe un día

Nacimos –el diez por ciento de la población mundial– con el cerebro alambrado al contrario. No digo al revés, porque funciona. Simplemente usamos la pierna izquierda para abrirnos paso por el mundo. Y también la mano izquierda para escribir historias y recados y firmar cheques. La usamos para cepillarnos el pelo y los dientes o el sofá que el niño chorreó con leche chocolatada. La usamos para abrir puertas y ventanas, para cerrar miedos. Nuestra mano izquierda acaricia con talento a los amados y hace cosquillas a nuestros niños.  En un universo que fabrica batidoras y abrelatas para que los derechos cocinen, aprendimos a hacer pastel de almendra delicioso y abrimos la lata de leche condensada con un artilugio que discrimina el alambrado de nuestra mente. Lo usamos con ingenio y gracia, por supuesto. Como al mouse de la compu.

Crecí con un mapita de tinta azul en el costado de mi mano izquierda de tanto escribir y barrer -sin querer y sin borrar- mis palabras. Y así envejezco. Digamos que es mi tatuaje por ser zurda. Y sé que no estoy sola. A todos los zurdos del planeta, les abrazo en nuestra día. Una paleta distinta de colores cambiantes decora el lado derecho de nuestro cerebro, el que usamos para vivir y sobrevivir, por algo será. 


Me queda la noche

Para escribir poemas me quedan las noches.
Las noches con luna,  las de negra bruma. 
las que se plagan de recuerdos hipnóticos 
y viscerales. Las noches de solitaria soledad.
Para celebrar  los amores míos, caminaré 
esta noche sobre  nubes transparentes. 
Aunque la luna sea ligera, y asome 
pequeña o tímida,  mis letras  en las
horas altas  evocarán el mejor amar.
Dedicaré tiempos nocturnos a cada uno de 
ellos.  A quienes me han decorado las 
habitaciones del corazón. A los seres que 
han rozado mis manos o mejillas y mi alma.
A quienes rodearon mi cintura o besaban 
las ilusiones que me nacían en la juventud.
A los niños que con  inocencia de cuento 
y con dientes de leche que ríen me abrazan
sin esperar nada heroico. Que me dan besos 
de pequeño amor porque me quieren en mi 
común mortalidad, porque creen en mí.
A las amigas que han escuchado mi risa y 
mi llanto y mi grito desgarrado por los

cuchillos que rasgan al amor. A las que

guardan silencio para que mi alma aúlle.
A las que ríen conmigo en escandalosa 
complicidad cuando embarga la alegría. 
A las hermanas vivaces con quienes crecí 
compartiendo habitación y muñecas y 
miedos por un futuro que se movía con el 
viento de un acontecer intempestivo. Como 
árboles que se mecen, los tiempos de niñez.
Como flores de todos colores,  las hermanas.
A los adultos que con primor me cuidaron
la infancia. Cuando la florida fantasía y
la inocencia y la esperanza de  hadas que 
llegarían, eran, con la más  rotunda de las
certezas, feliz y únicamente mías.
Para todos hay noche suficiente. Y la gasto
trazando letras que se vuelven palabras y
versos.  Estrofas. Porque todos caben en mi
corazón nocturno, porque hay silencio y con
honor se los dedico. Porque siento soledad y 
la derroto con su  recuerdo  inamovible.
Para escribir poemas me quedan las noches 
que, como la de hoy, no terminan jamás.