Bésame mucho…

Descubrí que no estoy sola en el trastorno sentimental que me aqueja desde la adolescencia. Desde los catorce años albergaba una sensación de no pertenecer del todo al rebaño pubertino. Y no por asuntos profundos existencialistas; no señor. Me sentía inadecuada por una razón simple: era irracionalmente romántica. Absurdamente sentimental, ridículamente melancólica. Salida del corral. Y de todo aquello, mucho queda. Sí, yo sé…  una  vergüenza… 
Poseía una fascinación fuera de toda modernidad. Era anticuada a la hora de escoger música. «Pareces vieja» me dijeron. «Parezco vieja» respondí. Y ahora que ya lo soy, pues lo que parezco a veces es una joven ignorante de que, poco o nada sirve esa forma de emocionarse al escuchar las canciones de hace siglos. Pero las emociones no obedecen, no se doblegan. Afloran y estallan y drenan. Y lloro.
La música nueva me gusta y gustaba. Pero jamás como las canciones de antes. Las de mi mamá, las de mi abuela, las de las películas mexicanas en blanco y negro. Las de las otras películas. Me otorgaba derechos sobre cada una de aquellas tonadas como si la historia que contaban era presagio de alguna de las vidas que me tocarían. 
Y no las nombro porque son miles de miles. Hasta la fecha cercanas, cada vez más viejas. Guardo, sin embargo, muy dentro una en especial. Una que me eriza. Y fue a propósito de esa canción que recién  aprendí que somos muchos en esta inadecuación. «Bésame Mucho» me ponía, me pone y me pondrá siempre a temblar.  La compuso una mujer, Consuelo Velázquez, a los dieciséis años. ¡Puedo imaginarla, caramba! verme en un espejo de 1940.
Resulta que es un fenómeno, que le ha dado muchas vueltas a muchas almas, que ha sido  traducida y interpretada desde Asia hasta la Patagonia, que llegó hace  setenta y cinco años al espacio sonoro y que sigue estremeciendo. Por esas casualidades que me regala la imprudente curiosidad que me pasea de texto en texto, encontré este artículo. «El eterno encanto de  Bésame Mucho». Increíble. Aquí detalles.
Trae embrujo esta canción. La escuchaba una y otra vez siendo niña, y desde niña soñaba con el día en el que sería besada. Así, bonito, con amor y fuerza. Por supuesto sucedió que con esta imaginación, que de tan libre rayaba en lo  irresponsable, me inventé tantos besos de mentiras que cuando llegaron los reales a veces decidía mejor dejar el asunto únicamente en sueño musical. A veces, repito, porque si hubo uno que otro  «como si fuera la última vez..» Como sea, no es de besos que escribo, es sobre música.
Hace pocos años escuché la versión de «Bésame Mucho» que Zoe inventó. Muy rockeros serán, pero la volvieron a hacer grande. Y ahí voy a veces, en el tráfico, peleando con el blue tooth, los años y los anteojos porque, por esos misteriosos asuntos de la melancolía, necesito escuchar a Zoe, con su versión siglo XXI consolando a mi sentimentalismo siglo XX.  Y aquí queda, para que la escuchen los de mi especie.