Resulta que este espacio es visitado por pocos; dadas las gráficas estadísticas, sospecho que por nadie. Lo cual no me hace tan feliz, pero tiene alguna ventaja. Mis textos pueden ser más libres, más grises, más iluminados o más atrevidos. Hasta pueden ser más prosaicos, si es que amanezco con el otro pie. Pues, a pesar de que esta invisibilidad me aleja del vago sueño de convertirme en escritora de verdad, provoca que mis escritos no estén expuestos a lupas duras.

Aunque, como me dijo una maestra de este oficio de letras, de estas rutas que hablan de historias y fantasía, o de emociones y vivencias, las lupas severas debieran ser una diversión. Hay quienes simplemente no entienden que la libertad a la hora de escribir no es negociable. Claro, sin difamar ni agredir ni lastimar. Y para evitar daños soy muy buena, siempre lo he sido. Calladita me siento más bonita, si son sapos y culebras lo que se me ocurre, o peor aún, lo que derramaría sobre el teclado y la pantalla, queda dentro. Y lo extingo a fuerza de ignorarlo.
Lupas duras son las que portan los más cercanos. Inclusive cuando la literatura es algo lejano y difuso para ellos. “Señores, no es autobiografía”, Así debieran empezar los cuentos. O debieran llevar una advertencia “cualquier similitud con la realidad no es asunto tuyo, casualidad o no.”
Cuando escribo me quejo. Cuando escribo lloro o me río. Cuando escribo mato o revivo o robo o regalo. Cuando escribo celebro. Cuando escribo condeno. Cuando escribo me enamoro. Cuando escribo me desencanto. Cuando escribo escapo, cuando escribo muero. Cuando escribo beso, toco y abrazo. Cuando escribo pinto, canto y declamo…Y también escribo. Cuando escribo, apreciado lector, no pasa nada y todo sucede.
Y claro, eso solo quien escribe lo comprende.
Es cuestión de imaginación esta costumbre de escribir historias, es entretenido, es apasionante. Nada tiene que ver con lealtades a verdades.
Guarda un gozo extremo esto de inventar sucesos, de esculpir la experiencia humana. Armarla y desarmarla es la más estimulante de las magias. Es la forma más eficiente de explicar y explicarnos la vida, es un camino certero hacia las respuestas. Son rutas alternas nuestros relatos.
Tus cercanos no pueden ver el horizonte que te inspira, no ven los colores que salen de la punta de tus dedos, no te leen la fantasía. No saben que observas y transformas y vistes y desvistes, matas o redimes. Para ellos, empiezas y terminas en la propia experiencia. Eso sería caótico, incoloro inodoro y muy, pero muy aburrido. La cotidianidad sin quimeras es lineal y abrumadora.
Si tan solo las lupas queridas y severas pudieran realizar que lo vivido es ínfima micro partícula cósmica en el universo del imaginario, si entendieran que apenas es la punta de un iceberg. Por eso, como dice mi amiga Patricia, “La familia es el cerco más alto que debemos saltar.” No sé si vale la pena intentar dar tal salto, podemos fracturar nuestro espíritu, y eso sería mucho peor que ser juzgado o incomprendido.
Venga, no se aturdan ni preocupen, solo se trata de creatividad, de literatura.
Esto es arte señores, no hay rigor, ni cronología…tampoco existen reglas. Por eso es tan gratificante.