Una abuela para siempre

Escuché tantas veces que soy igual a ella. De pequeña no me hacía gracia, fruncía el ceño porque en mi mentecita, mi abuela era eso: una abuelita. Viejita, con canas, lentes, voz y palabras de gente muy grande. Y yo era una chiquilla. Me conocía alguna señora y lo primero que se le ocurría decir era «pero si es igual a la Haydeé!»
La tuve cerca durante suficientes años para reconocer y agradecer mi parecido con ella.  
La ola de la vida nos dio un revolcón llevándose a mi papá, a pesar de su dolor,  mi abuela se convirtió en la narradora de su historia breve. Se encargó de que conociéramos a su hijo niño, a su hijo adolescente, a su amado pequeño. Por esto y por tanto la quise con tremenda adoración. 

Era única la Yelle, y sí, tengo sus cejas y nariz, la mirada hundida, su tamaño pequeño, la zurdera, tantos gestos, el amor por la cocina y las canciones románticas, la pasión por la memoria de mi papá, y tantas otras cosas. Pero me falta mucho para ser el mujerón que fue: generosa, luchadora y poseedora de un don sagaz e inteligente para manejar penas y emociones, para amar a tantos. En eso ella es irrepetible.
 Hoy estaríamos comiendo pastel por su cumpleaños, la abrazaría mucho, como lo hice tantas veces.  El último que celebró con nosotros apagó 90 velitas, vividas todas al máximo. Hoy serían 94, y su ausencia aún se siente grande. Tan grande como lo fue ella para todos sus descendientes. Para mí fue gigante en muchos sentidos, una abuela para siempre…aunque ya no esté.



MIEDOS

A veces siento miedos. Se dice que “el miedo es una alteración del ánimo.” Imagino al mío todo engarabatado.  “Una emoción primaria que produce angustia ante un peligro imaginario o uno real.”  Mi imaginación es prolífera, muy creativa.  También conozco los tentáculos negros  y peludos de ciertas realidades.  Macabras y rotundas como pesadillas.

El miedo es un ogro que nos traga  por sorbitos hoy, por galones mañana. Se siente en la tripa y en la falta de aire. Produce calambres detrás de las costillas.  Paraliza y tiene la facultad de disminuir a la mente y su capacidad. Tan bruta que soy cuando ando miedosa. Porque me sucede, tengo inventariados algunos miedillos que de pronto despiertan para desbalancearme. 

Arrastro temores y terrores de variados colores e intensidades. Tengo en primer plano mis miedos externos. Me aturden, por ejemplo,  las noches de jóvenes en antros y carreteras. Mis hijos de parranda,  engullidos por la oscuridad nocturna, son para mí Stephen King y sus efectos especiales.

Y tengo miedos internos: me aterra la posibilidad de perder la memoria, o que la capacidad de asombro se gaste, o que se me extinga el entusiasmo.

Temo a la soledad y al abandono; a los desencuentros que me desquebrajan y dejan muda, tan muerta de tristeza. Me asustan ciertos silencios en ciertas personas. Me producen temor las distancias frías, las miradas frías, las noches frías de pura ausencia o de indiferencia. Siento temor cuando escasean los  abrazos y me daría pavor perderlos para siempre.

Me dan miedo los semáforos largos plagados de motoristas con  rostros ocultos.  Sufro en  los carriles reversibles y me da pánico el estacionamiento de Capillas Señoriales.


Resulta una lata cuando a mi abanico de miedos le da por fastidiar. Y si no me hago la valiente, si no voy por la vida con pinta de macha que se las puede todas,   es porque simplemente no puedo, es porque a  veces siento miedos. 

NO ES NECEDAD, ES NECESIDAD

Cuentan la misma anécdota una y otra vez. Agregan detalles nuevos si su ánimo vuela alto, o la repiten como lo han hecho tantas veces, con sombras de nostalgia o con la luz que otorga la dignidad. Mismos lugares, sucesos y personajes, el mismo antaño. Y los ojos les brillan. Así son nuestros viejitos. Sentirán que regresan a espacios y días, o quizás la reviven a viva voz para no perder la bitácora de su historia.

Repiten su pasado en un discurso florido para validar lo que fueron. No es necedad, es necesidad. Y escucharlos como si nos hablaran de aventuras épicas, como si no conociéramos tal o cual capítulo, es un regalo del que jamás hemos de privarlos. Más que eso, es harta obligación moral. Nuestro interés es un bálsamo para sus días de otoño. Ni pensar en negárselos, les debemos eso y mucho más.

Algún día tal vez, todavía andemos por acá y con el mismo bastón. Narraremos lo nuestro a quien nos otorgue su escucha, para asegurarnos de que no se escapan los días de antes, para no evaporarnos.

Quise decirle esto a un joven quien, impaciente con su abuelo, le dijo que conocía su cuento de sobra, que ya estaba aburrido de tanto oírlo. Pero no pude. Se me reventó algo entre las costillas cuando vi los ojos grises del anciano, y otro tanto en el hígado cuando vi el gesto altanero del patojo. No tiene idea del privilegio que es tenerlos.

Mi camino

Este camino de musgo y esmeralda, de tantos verdes y azules, lo recorro a diario. Esclava del tiempo y la impaciencia del quehacer, suelo atravesarlo con urgencia. Y aunque mi prisa provoca aturdimiento aún no causa ceguera. De tanto mirar mi camino repetido, realizo que jamás se ve igual.

Este sendero se renueva con el paso de los días. El sol lo ilumina a capricho. Impredecible es la luz que se cuela por los árboles, cada minuto es distinta.

Las hojas no se repiten, las nubes no se detienen. Ni siquiera el asfalto es el mismo. La sombra lo transforma con el paso de las horas. Nada es estático en esta naturaleza. Cada día una sorpresa nueva, así es mi camino cotidiano.





Para no volver


Como cuando era niñito él, y yo apenas alcanzaba los treinta, como cuando todo era magia y música al atardecer. Un breve viaje a ese pasado, hicimos mi hijo y yo. Retrocedimos los años abordo de aquella película simple que nos gastamos entonces por verla y reverla. «Practical Magic» con sus brujas y canciones cadenciosas, obró su encanto hoy, como lo hizo en esos ayeres. Verla juntos fue sentir de nuevo. Este viaje no tiene precio,  es como para no volver. 



«Always throw spilled salt over your left shoulder.
Keep rosemary by your garden gate.
 Plant roses and lavender for luck, 
and fall in love whenever you can.» Sally Owens

Como si me viera al espejo

Se mezcla todo. Esta sensación de identificar nuestro andar con el de algún personaje inventado en un libro se parece a la de navegar con atropello dentro de la  confusión de una obra surrealista. Imágenes y sabores en franca oposición.  Salado, dulce, amargo o ácido. Luz contra sombra, terciopelo o lija.

Y llega de golpe un asombro tan fuerte que empuja al cuerpo en un brinquito involuntario. Sentimos un pellizco de auto compasión con nudo de lágrimas incluido, o una chispa de alegría momentánea amarrada a una carcajada secreta, pequeña.

El contexto es quien manda. Nos conduce al dolor o al gozo o a ambos juntos. Y sí, existe tal ambivalencia, es una verdad descubierta por quienes observan a fondo.

 Ansiedad tal vez y, casi siempre, revelación rotunda. Tal torbellino  sucede cuando nos encontramos ante  este ser de letras, como imagen en el espejo.  Los capítulos de su vida, con emociones, silencios o escándalos, amores o soledades, pérdidas o logros, podrían haber sido copiados de nuestra existencia invisible y común. 

Sus rasgos y equivocaciones, lecciones a destiempo o milagros parecen dejavú. Pero el autor no nos conoce, y su personaje es una fantasía literaria. Nace y muere en la imaginación de quien lo escribe.

¿Por qué entonces, nos sentimos ahí en el centro y la tormenta de su argumento? ¿Será por vil y llana coincidencia? ¿O es manifestación inconsciente de  necesidad,  será el anhelo necio de identificación, de significado? 

Entre más lectura acumulamos, más lo pensamos. Experimentamos estos encuentros una, dos treinta veces. a más vida recorrida, más vida encontrada.