El señor de la casa vuela sobre el Atlántico, asuntos serios requieren de atención inmediata. Los jóvenes por su parte, visitan el Pacífico. Sabrán ellos el calibre de su descanso, ya no hay cabida para su madre en esos espacios de mar y sol, en exclusiva son para la nueva generación. Al menos por hoy.
Mientras tanto, esta señora permanece en la meseta central, su compañía es la buena soledad. Y no podría sentir más contento.
Esta soledad temporal que ocupa mi descanso, me autoriza escuchar una y otra vez esa canción que solo a mí me gusta, a todo volumen.
La buena soledad trae consigo un silencio gourmet: delicioso y refinado. Sabores re descubiertos, antaño olvidados. El gusto del reencuentro con el propio ser, sin interrupciones ni desvíos.
Con ella diseño el ritmo de mi reloj. Mis horas son eso: mías. Puedo desayunar a las dos de la tarde, ignorar que el almuerzo existe y cenar fruta con chocolates.
Salgo al jardín descalza, Vestida con el viejo y largo sudadero, no necesito de más. Cubre lo necesario. Respiro, observo y escucho. Percibo el olor de la tarde en todo su esplendor. Gracioso se mezcla con el aroma a especies del té Chai que bebo. Acabo de inventar un perfume. Descubro nuevas tumbergias colgadas en el artesonado de la pérgola, botones de rosa y agapantos ocultos entre el follaje. Procuro inmortalizar el momento con mi cámara. Los colores, su movimiento y la certeza de su brevedad. Una toma, dos tomas…cien tomas. Nadie mide mi tiempo, a nadie le urge que me detenga.
Regalos variados me ha traído esta soledad.
Duermo con libros, ellos lo hacen con páginas abiertas, como si roncaran a sus anchas, panza arriba. Desperdigados quedaron por toda mi cama. Duermo también con banderines de colores, se han pegado sobre mi almohada, y con el estuche verde de lápices, su zipper abierto y los crayones de colores tratando de salir. No hay ruido televisivo que perturbe nuestro descanso. Sabrán mis libros qué sueñan, mis sueños hablan de sus historias.
Silencio o música, aromas y flores,
imágenes y poemas.
Nada mal para un día de soledad.
Espacio, libertad y sueños,
literatura , paz y la suavidad de mi cama.
Nada mal para una noche de soledad.
Son un regalo los días sin voces ni presencias. Puedo leer cuánto quiera, dónde quiera, tomar té o vino o un smoothie de espinaca. Puedo editar el blog, escribir cuentos y reescribir los poemas. Bailo por toda la casa, juego con los perros, me pierdo en el paisaje detrás de la ventana. No hay prisa, no hay nadie.
Esta breve soledad no podría sentarme mejor, lo confieso. El aire ligero, las horas pausadas, la imaginación por los cielos. La lluvia en los vidrios, minutos largos para seguir el camino de sus gotas, para encontrar obras de arte en su trayectoria. Y los pájaros después del agua, como si fueran arco iris, dan al atardecer una sinfonía nueva. Cantan en exclusiva, soy su única audiencia.
Atlántico y Pacífico aparte, esta Zona Central sin roles ni maquillaje ni compañía resulta un remanso reparador. Quién lo diría.