PRIMAS

Como remolino de figuritas inquietas invadíamos el jardín y la vida de los abuelos. Éramos un enjambre de niñas que, a paso de besos y abrazos y horas de juego alborotábamos sus días. La algarabía que salía de nuestras voces pequeñas inundaba la casa y la cuadra, escándalo de risas, preguntas y planes.


Las primas, la tribu, un equipo invencible de chongos y trenzas, el clan. 

De muñecas y comidita o de colegio; con disco chino o hula-hula, hasta de casa embrujada, nos gastamos la niñez jugando juntas.

Tan entretenidas nos mantenía aquello que no sentimos el paso de los años. Ni vimos cuando aparecieron los cambios.

Llegaron los repasos y los novios, los enamoramientos eran compartidos y consensuados entre primas.  La vida sucedía con sus descubrimientos únicos, y nos hacía crecer. A veces, muy a pesar nuestro. Aprendimos lecciones, de vez en cuando nos enjugamos lágrimas. Pruebas y logros, carcajadas y travesuras.  Tanto y todo compartido. Buena fortuna tenernos.

Nacieron los bebés y allí estábamos. Crecieron los bebés y aquí seguimos, acompañándonos siempre. Fuimos y somos Las Primas, marcadas por la convivencia y unidas por la sangre y el pasado. Un regalo.

¿Y si inventamos el Día Internacional de las Primas? Para celebrarnos, para brindar por la complicidad, para que siga la fiesta.


Pocos amores tan grandes

Me enamoré de él en un libro. ¿En dónde más? si voy por la vida, casi desde que empecé a sentirla, con uno de ellos frente a las narices.  Fascinada fui quedando,  párrafo a párrafo, por su cuerpo, su estatura y la historia que trae a cuestas. Como si la lectura sucediera sobre un pentagrama, aprendí a escuchar su melodía y cantar su canto, tanto, que es mi siempre predilecto. Sus formas elegantes, de líneas o círculos, colinas y ríos, intiman con la parte del corazón que alberga mi mente, la que siente y también piensa. Es como si nos hubiéramos conocido en otras vidas, muchas veces. Pocos amores tan grandes. 
Tengo en la memoria la imagen lúcida y rotunda, de cómo me deslumbró su belleza: El aire se me fue lejos, tan lejos. El momento en el que le declaré amor eterno es sólido recuerdo. Fue en un rincón que inventó Juan Ramón Jiménez, llegué a él cuando leí  Platero y yo. Castellano su nombre, algunos le apodan español. Llámelo como guste. Lo cierto es que aunque poco conozco de idiomas, el nuestro es elegante y elocuente. Su rostro de poesía a veces me hacer llorar.

Platero, no sé si con su miedo o con el mío, trota, entra en el arroyo, pisa la luna y la hace pedazos.” 

Descubrí cómo las palabras castellanas colorean, perfuman, alegran o asustan. Aprendí que colocadas con gracia entre comas o puntos son remedio casero contra el abatimiento.   Era niña, no digería este prodigio con la claridad de hoy, tan solo lo sentía. Y sigo sintiéndolo cada día y cada noche.


Rarezas y guitarras

Encontré una rosa lila, una rareza su color. Pequeña, apenas abierta, casi un botón. Estaba sola entre hojas y espinas, sin hermanas. Ahora adorna mi estudio. Sobre la mesa de trabajo, descansa en agua fresca junto a los poetas. Es curioso, un rato antes había dicho que ya traigo algo de vieja adentro, porque me ha dado por ver árboles, enredos y flores, porque me asombran cada vez más, y me confortan. Quien iba decir: esta noche nos acompañamos la rosa lila y yo, y la guitarra de Filio.

De angustias y letras

La sensación de angustia porque se acerca el fin, esa tristeza porque se va él, se va ella, porque se van todos. La pérdida monumental que anida en la mente y echa raíces en el alma,  cuando al fin ha terminado…el gozo que explota como si fueran fuegos artificiales, por haberlo sentido y reído, llorado y sufrido. Los lugares, las épocas y conversaciones, los besos y los peligros y el vértigo.

Asuntos que dan vida, habitantes de páginas y letras. Cuerpos y corazones de una historia que no se olvida.  Resguardados por la protección de hermosas pastas. Atesorados para siempre en el corazón de un libro, de un prodigioso libro.

De nuevo a mis maestros

Pasan los años, y los maestros que acompañaron nuestro andar por el aprendizaje son presencias constantes. Aparecen en todo, a veces como sutiles fantasmas, otras con rotunda estampa. Los vemos en nuestra perpetua convivencia con los números. Están en letras, en historias. Los sentimos en el asombro delicioso que otorga el arte, en aquellas poesías. Los escuchamos en la música, bailan con nosotros. Discretos emergen en certezas y en nuestra forma de decidir. Hasta oímos su voz de vez en cuando, como si estuviéramos en aquellas aulas.
 Quedaron dentro ellos y sus enseñanzas. Y como la vida con su paso alimenta nostalgias y alborota al recuerdo hay muchos a quienes sentimos más presentes.
Es día para celebrarlos, para abrazarlos en la distancia. Rindo homenaje a todos aquellos maestros que me acompañaron en el viaje, a sus rutinas que también fueron las mías, a lo que despertaron y a cómo cultivaron en mí la curiosidad. Salud por los tantos momentos. Gracias señores, sepan que parte fundamental suya habita en mi entendimiento. Sientan por favor la admiración y el cariño. ¡Felicidades en su día!

ACOSADORAS

Las imagino con claridad. Es más, casi puedo verlas, y escucho cómo confabulan. Parecen pandilla de  pre-púberas, unas bullies. O acosadoras, escoja el idioma que guste. Son mal intencionadas como Angélica Rugrats. Chilindrinas ellas, y yo doña Clotilde, a su merced.  Se esconden en su pequeñez. La aprovechan y con estrategia siniestra atacan mis órganos, me quiebran el temple. Y sin pregunta o aviso toman posesión de la agenda.
Ordenan a las células retener líquidos, las muy malcabrestas. Litros o galones, océanos enteros.  Hinchada amanezco, inflada anochezco. Pez globo que desconoce cómo defenderse de este atropello. Mis párpados: dos tripas, se han tragado a los ojos. A penas quedan dos rayitas, y una mirada que sabrán nadie de quien es.  De las piernas y sus vecindades ni hablar, Michellina Pillsbury, mi nuevo nombre. Ellas se carcajean por lo que logran, y mi ropa se enoja por lo que yo no.
No conformes, mis verdugos atacan el cutis que de por sí, ya anda trastabillando por el rigor de los años que corren llevándose colágenos y  optimismo. Espinillas brotan como tortuguitas que rompen cascarón, siempre en grupo, jamás una sola. Mi desconcierto ante el espejo las divierte aún más. La última vez que tuve brote similar era colegiala. Tenía al futuro de mi lado, y lapicitos de Clinique.
Pero lo peor, lo que me deja perpleja e indignada y echando humo,  es la forma en la que estas depredadoras microscópicas arremeten contra el órgano de las emociones. El más difícil de todos. El temperamental. Ese que un día se instala en el corazón, otro en el hígado y cuando se le antoja en la lengua. Las malvadas lo descomponen, lo desorientan, lo hacen enloquecer.
 He aquí su táctica bélica: suena en el radio una tonada de antaño. No es cualquier canción. Trae momento, lugar y cuenta una historia. Es como si el locutor que la programa fuera cómplice de mis enemigas. Muerden mis lagrimales ellas, muerdo mis labios yo. Y ganan. Los apachurran hasta exprimirlos, y agua cae a borbotones. Ahí no queda. En gran jolgorio continúan al acecho. Una llamada no correspondida basta para que las ingratas licúen en mi mente razón y sinrazón. Aparejan micos a capricho. Tanto, que al final ni recuerdo por qué estoy ofendida o enojada o sentida. O todas las anteriores…

Hormonas. La ciencia las nombro hormonas. Conjuro de brujas, les llamo yo.  Por simple afán de diversión postran y subyugan. Hormonas: ingratas sustancias de química poderosa. Hoy torturan, mañana duermen, y despiertan poseídas cuando les apetece, prestas y dispuestas para atacar a capricho limpio. Para retomar la agenda.

Pareces río

A veces espejo, sin distorsión, pura claridad.
Otras caudal.
 Te mueves con prisa.
 Tiñes la superficie, no veo el fondo.
Un reto navegarte…

 Y cuando lo tuyo es resplandor,

cuando el sol te guía y te atraviesa las aguas,

 puedo ver de donde vengo.

Revelas  a donde voy…a donde vamos.

Los vientos soplan a nuestro favor, traen guía

y música y buenos recuerdos.

Diáfanas resultan las historias y las lecciones, Cada gota tuya

Trae verdades y esperanza.

Transparente tu propósito supremo.

Pero llegan esos tus días de caudal estremecido.

Tus aguas agitadas y turbias, de temor e incertidumbre.

Y no veo nada, no te veo a ti, ni a mí, ni al pasado.

 El futuro ocultas detrás de algún acantilado,

 no me permites adivinarlo.

En esos potentes remolinos de verdades rotas

 me pierdo, te pierdes. No te engañes,

 juntos nos encontramos en medio de la nada.

 Olas de  miedo, momentos vacíos de cauce perdido.

Confusión absoluta.

Pareces río, vida mía. A veces danzas con luz 
y espejos,
y otras veces eres guerrera  que libra 
batallas entre obscuras corrientes.
 A tu merced te recorro, fluyo en ti y contigo.
Me dejo llevar por tu mansedumbre,
o permito que tu furia me arrastre…incapaz soy  de revelarme. 

Cada quien tiene un muelle

En mi muelle de San Blás…
(Cada quien tiene el suyo)
 Hundimos al ser en esos momentos de olvido, cuando el espíritu es nuestra única compañía,
Días en los que abrimos los ojos y ya estamos  adivinando -anhelando quizás-  el regreso de aquel 
barco que se llevo las  promesas…
Contemplamos todas las lunas que han transcurrido,
 hacemos inventario de lo que se ha ido, 
Tardes y amaneceres.
De lo que ha quedado y de lo que no fue,
encuentros o ilusiones.
El tiempo trae entonces la revelación mayor.
Entendemos que el barco no vuelve. 
En silencio quedamos, de pie frente al mar del pasado, 
con  sal en el rostro,  de la brisa y de las lágrimas, 
con paz en el recuerdo y  desasosiego ante el futuro. 
Todo es una contradicción.
¿Será que todos los barcos partirán para volver jamás?
El mar d se agita y revuelve, pero no abandona.
sus aguas llegan al muelle, con recuerdos y augurios.
No sucede cada día, pero a todos nos pasa. Y cada quien tiene un muelle, 
su muelle de San Blás.
  

¿Cómo explicarte?

Es curiosa la pregunta que me haces. Ni busco palabras que describan este desboque, sabrá alguien si existen.

¿Cómo explicarte? Basta con decir que me sedujo desde aquellos años en los que unos día era niña grande, y otros mujer pequeña. Culpable fue Bécquer, con él empezó este gusto que no termina. La poesía. La poesía traviesa, la que hace cosquillas, la que cuenta pasiones, provoca llantos o despierta ganas. La poesía que desgarra. Me arrastraron los poetas sin remedio a un despertar de adrenalina y suspiro.
Era ta joven…Versos y más versos escritos en aquel cuaderno de química, esa ciencia de elementos que no rimaba ni emocionaba. Preciso era balancear ecuaciones con poemas. El arte de letras con soniquete daba gracia a la materia de laboratorio, me salvaba de aquel tedio. Me salva ahora de otros tantos. La poesía toda aleja oscuridades. Con gracia, ocupa vacíos.
Pero no sé, ¿qué puedo decir? se mueve el corazón con el juego de palabras y choca contra las costillas. Da vueltas, como ballerina de joyero a veces, como trompo enloquecido otras. Leo a Sabines y escucho dentro de mi silencio el Claro de Luna de Debussy. En las frases de Mario saboreo vino o mermelada, Gioconda ofrece párrafos con fragancia de trópico, Alfonsina trae el sonido del mar, y me deja sin aliento.
Los sentidos todos explotan ante la buena poesía.
Suave gozo o alivio intermitente, el ánimo escoge.
Lo siento, pero resulta imposible. No puedo explicártelo del todo. Hay sensaciones que carecen de razón.