Le llaman la ciudad del amor. Aunque su gente vive de prisa, como si algún tren fuera a dejarlos para siempre, y algunos van por las calles sin sentido del humor, en pocas horas entendí que algo de cierto hay en esa afirmación. Vi amor como no se ve aquí.
Primero fue en un café, de esos que huelen a mantequilla y suenan a acordeón. En una esquina, tras la ventana salpicada por gotitas de lluvia, una pareja joven se comía a besos. Ellos sentados adentro, nosotros parados afuera. No era cualquier beso, llevaba ternura. Toda la que le cabía. También urgencia, y caricias suaves en los rostros. Sonreían entre sí. Otro beso, despacito. Parecía que para ellos el mundo y su ruido no existíamos. Luego se tomaron las manos. Ambos, por instinto y al mismo tiempo, vieron cómo se amarraban sus dedos, se perdían en el nudo, se mezclaban. Ahí quedaron los enamorados, con sus besos tiernos y sus manos pegadas. Nosotros seguimos caminando. El semáforo dio paso a los peatones.
Después fue una escena similar. Se parecía por los besos y las manos. Eran ancianos. Dos cabecitas blancas reposaban en una banca de algún parque cuyo nombre no recordaré como tampoco olvidaré a su banca. Fue cerca de la Torre. El beso distinto, de otra belleza. Uno sólo, lento. Un beso de paz y muchos años. Lo vi desde lo alto del bus para turistas, ese sin techo, que recorre la ciudad con paciencia. Si no les tomé foto fue porque temí romper su momento. Y por respeto. Demasiado sublime, un beso octogenario.
La última, muy distinta, fue la mejor. Vi a un indigente de barba y cabello largo, de esos que no conocen cepillo. Traía puesto un abrigo de cien años, demasiado grande para su cuerpo huesudo. Lo acompañaba un perro de colores. Flaco como su dueño, hambre en la cara. De repente
el hombre abrazó a su perro, y empezó a besarlo mientras lo acariciaba. Le dio muchos besos, en el hocico, en los huesos de su cara pequeña, hasta en los ojos. Lo veía con amor del de verdad. Y le hablaba! El perro se dejaba y correspondía. Movía la cola mientras le daba lengüetazos. Tampoco tomé foto. No soy quien para capturar semejante belleza, para robar amor ajeno.