OTRA VEZ EN SOPHOS

Fue en Sophos, ese paraíso que seduce por sus ciudades de libros y por el licuado de maracuyá y cardamomo. Buscaba un libro agotado, y salía con un descubrimiento. Detrás del mostrador, Wellington, el chico que me atendía y quien suele sugerir prodigios, preguntó datos para facturar. Di mi nombre. Un señor en la fila sonrió y me vio como quien encuentra algo perdido. Con cara de mucha letra dijo ─su nombre…─ y el resto de la frase quedó suspendida entre su boca y el aire  ─es maya─ expliqué, anticipándome unos segundos. Es mi costumbre, lo repito como grabadora en call center porque pocos lo saben y muchos preguntan.

Sigue leyendo «OTRA VEZ EN SOPHOS»

ALGO SE ROMPE ADENTRO

Colgado como columpio llevo en el hombro una bolsa de colores. A veces un morral. Dentro traigo un universo, lo de siempre. También un libro pequeño para leer en los semáforos, y un estuche de colegio. Es viejo mi estuche. Creo que lo tengo desde que iba a la U. Aquella otra vida. Es verde limón con una florecita rosada. Adentro conviven lápices, un bolígrafo que no falla, muchos banderines de colores para perpetuar páginas y un marcador fosforescente. El marcador tiene un sticker que palidece. En él se lee una sombra: » Adrián Piñol, 4to grado C». Ha recorrido muchas palabras y hoy se cansó. Su luz amarilla se apagó.

Y no entiendo porque me duele su silencio. Lo froto para revivirlo. Lo sacudo. Lo soplo. No resucita. Y sigo sin comprender porque no puedo dejarlo descansar en paz.


Adrián se graduará el año que viene, el 4to grado C quedará muy atrás. Tal vez el marcador lo presiente, y prefiere no estar. Y digo de nuevo, no entiendo. Porque se nos rompe algo adentro, un cristal, una historia. Se nos hace trizas, a mi marcador y a mí.

Tu escucha

Octubre 12, 2014

Escuchas con atención lo que te cuento. Tus ojos me dicen que entiendes la voz de los míos. Adivino cómo tus cinco sentidos disfrutan de mi relato. Se divierten. No sé si es por lo que digo o por cómo lo digo, pero siento tu interés. A ratos ves como se mueve mi boca. Sigues las frases que de ella resbalan, para que no se te pierdan. Sonríes. Mueves tu cabeza al ritmo de mi argumento. Arqueas tu cejas. Tu cercanía es hermosa. La generosidad de tu escucha el mejor regalo. Pareciera que aunque trivial, mi historia te importa. Ves como mis manos bailan, entiendes que complementan lo que digo. Lees en ellas signos: exclaman, cuestionan, enfatizan. El paso de mi palabra y el lenguaje de mi cuerpo dibujan tu camino hacia mis emociones. Llegas a ellas. Me digieres. 
Lo que das es tan grande. Siento como si me abrazaras, o me dieras un beso. Esa manera dulce en que me prestas tus oídos y tu tiempo para que mis palabras nos acerquen, te hace maestro en el arte del querer. Tu actitud me salva. Durante el rato redentor, en el que acaricias mi rostro con tu atención, no soy invisible. 
Me escuchas! Y mi interior conmovido estalla de agradecimiento. 

Más

un 17 de octubre, del 2014

Uno o dos, a veces tres. Otras necesito leer más. Todo depende cuan grande es lo que busco achicar. Los versos del buen poema alivianan la carga del día, o le ponen oro a una noche de plomo. Nada como la poesía para resucitar. Disipa contradicciones. Hoy fue día de despedidas. Invoco a Sabines, para soñar con primaveras y veranos que suceden en el fondo de un alma. Para desaparecer adioses que no acaban y ausencias que apenas empiezan.
«