Hice la promesa de no volver a tener nada que ver contigo. Pero el destino me juega bromas pesadas, de una u otra manera siempre coincidimos. En alguna celebración, en los cafés, en cualquier calle. Pareciera que alguna fuerza superior se ensañara para ponerme frente a ti a cada rato. Cerca, tan cerca, que mis manos, como si tuvieran voluntad propia, no pueden evitar tocarte. Tomarte con fuerza acercarte a mi boca. Y ahí estás, elegante, con esa clase que solo tú posees. Te dejas tocar, muestras tu cara más dulce. Irresistible.
Vuelvo a caer en tu trampa. Al verte y olerte se evapora la decisión solemne de alejarme. Tu piel de satín moreno me hipnotiza. Es tan grande tu poder que endulzas mi boca antes de tocarla. Pones mi mente en blanco y olvido que el tuyo es un corazón amargo. Cierro los ojos, te siento. Empiezas en mis labios, se nubla mi entendimiento.
Provocas placer. Pronto y con descaro te deslizas. Con pericia dejas tu huella en todo. Sufren mis caderas, te adueñas de ellas. Se inflaman con tu astucia, son víctimas a tu derriba. Crece mi cintura y toda mi temperatura se eleva. Después de devorarte como enajenada, todo el cuerpo reclama mi falta de protección. Lloran muslos, caderas y vientre. Tanto como solloza mi cabeza, cuando horas más tarde de nuestro encuentro tóxico, padece la dolorosa consecuencia. Pierdo la razón.
Eres infame. Delicioso, irresistible, majadero. Nuestros primeros roces me hacen feliz, pero sé que a la larga no traes nada bueno. Todo poderoso, pago caro el pecado de devorarte, pierdo todo control. No aprendo. Si además de tu sabor a cielo llegas vestido con la elegancia del mazapán, das el tiro de gracia a mí ya debilitada voluntad. Eres veneno puro, amado chocolate. Amo y señor de la glotonería, la más dulce de las torturas.