El día en que murió mi novio poeta, Mario Benedetti (19 de mayo 2009), pensé mucho en el misterio de la poesía. Estaba triste, muy triste, y escribí lo que sigue. En aquel entonces no me atrevía a compartir textos, menos a publicar. Pero entre las cosas que he ido dejando tiradas con los años, está la vergüenza. Ayer se les unió en el cielo de la poesía Juan Gelman y su corazón de violín. Los poetas deberían ser inmortales.
«Si existe el cielo de la poesía, hoy preparó gran fiesta para dar a Mario la bienvenida. Imagino que en la puerta estaban parados, con sombreritos de colores y espanta suegras, Neruda y Sabines. Con algún verso nuevo lo abrazaron. El salón fue adornado con mil poemas, se escuchaba la voz de Bécquer el antiguo, quien conversaba con Machado. Don Miguel de Unamuno, serio y satisfecho por el nuevo miembro del Club, le estrechó la mano con calor. Conversaba con Pedro Salinas (mi otro novio). Federico García Lorca no se quedó atrás y le regaló un abrazo de sonrisas.
Las chicas no podían faltar: Gabriela Mistral con su falda larga, Dulce Loinaz con su mirada de profundidad perdida y Alfonsina Storni, quien todavía olía a sal marina cuando abrazó fuerte a su amigo uruguayo.
Claro que se encontraban otros fantasmas de las letras, no podía ser de otra manera. Cortázar y su inseparable cigarro, Borges con sus grandes silencios, Alberti, Martí y tantos más, recibieron felices al nuevo huésped. No creo que en la tierra hayan coincidido, pero nuestro Miguel Ángel Asturias también fue invitado a la bienvenida, él habita el mismo cielo.» NdP mayo 2009
Así es como nació el Club de los Poetas Muertos.
Y ayer se llevaron a Juan Gelman. Los poetas deberían ser inmortales.