UN SÁBADO EN EL MERCADO

Una mañana de mercado, en un sábado de sol, es una aventura para los cinco sentidos.  El mercado de Santa Catarina Pinula es un carnaval, un encuentro armonioso entre viejas tradiciones y un siglo globalizado.  El edificio fue estrenado hace un par de años, y cada vez que voy, algo nuevo me sorprende. Los puestos ponen de manifiesto modernas técnicas de mercadeo, que felices contrastan con trenzas y delantales. La estrategia de estos mercaderes empieza con los letreros, claros y limpios que distinguen a cada uno de sus pequeños negocios. La originalidad de sus nombres pone a cualquiera de buen humor, son maestros en el arte de la diferenciación.  Los exhibidores en ángulo preciso, los colores que combinan con  mucho arte,  y la variedad, hablan de sus grandes capacidades en  el merchandising: son gurús de la promoción en plaza.


 Escoger fruta y verdura en esa fiesta es un deleite. La gente es lo máximo. Interactuar con estos  artistas de la buena venta, es una vivencia genial. Maestros en las bondades de sus productos, convencen a cualquiera de que tienen lo mejor de lo mejor. Reconocen cuan elástica es la demanda de sus clientes a través de un simple cruce de palabras. Son expertos negociantes en la venta por volumen e identifican a tres millas, cuanto han de marginar, con solo ver la mirada que el  consumidor lanza a la mercancía. Sus tácticas de servicio al cliente son infalibles, enamoran a cualquiera con su derroche de atenciones.

Aperar mi despensa ahí es una transacción gana-gana: ellos hacen buen negocio, y yo salgo de ahí con la sensación deliciosa de haber obtenido gran valor por mi dinero. Las amenas conversaciones que entablo con estos grandes comerciantes me ubican en la cotidianidad de Guatemala. Y ese es el mejor regalo que obtengo en mi sábado de mercado.   


MALABARISTA DE LIBROS Y VINOS

El sábado en la noche conocimos a un personaje diferente. Su voz, su actitud y la mirada alegre con la que platicaba, indicaron que está en sus veintes. De ojos vivos, llevaba el pelo negro en una trenza, y en sus orejas, un par de argollas gigantes y gitanas. Se llama Maria Fernanda. «¡Qué alegre que se sienten en mi barra!» dijo con calidez. Nos sentimos bienvenidos. “¡Mis ventas y yo se los agradecemos!” agregó con gran sonrisa. Es bartender en Flights. Encontrar cómplices en el gozo de la buena plática, es un tesoro raro, toparme con ella fue una fiesta. Hizo de nuestra cena de boquitas y buen vino una experiencia deliciosa. Conocedora de lo suyo -la promoción de vinos- escuchó atenta nuestras preferencias, y propuso con tino perfecto dos vinos espectaculares. También sugirió las entradas que mejor los acompañarían. Pero la empatía que tejió fue más allá de su autoridad de experta sommelier. «En Guatemala no hay cultura de barra, la gente nos teme. No saben cuánto la necesitamos, disfrutamos de su compañía y gustamos de la charla» nos dijo. Alex también estaba fascinado.

Así empezó una conversación que nos llevó en un ameno recorrido. Empezó en Chile y sus vinos, pasó por Atitlán y su abuela, nos detuvimos en su vida universitaria, y ahí, terminó de encantarme. Goza de beca parcial y trabaja para costear el resto de sus estudios. Para conservar su beca, no puede bajar su promedio. Por eso, hace malabares entre libros y vinos. Seguimos el rumbo de nuestra conversación por la literatura guatemalteca y comentamos a Virgilio Rodríguez Macal, es bicho raro para su generación esta chica. Después, nos contó que es bisnieta de José Rodríguez Cerna, lo cual explica su mundo de letras. «¡Su nombre! es maya, lo leí en Guayacán. Me gustó tanto que le puse así a mi perrita» dijo en tono feliz y desenfadado. Me reí a lo grande, tener una tocaya de cuatro patas, mascota de una chica libre y lista, me parece genial. Vimos fotos, me enseñó a usar una aplicación de vinos y la tertulia terminó hasta que, después de alargarla con quesos, aceitunas y más vino, llegó la hora triste de despedirnos. Prometimos regresar. Jóvenes así necesitamos: a cargo de sí mismos, dueños de su mundo. Chicos de trabajo y entusiasmo, y de paso, capaces de alegrarle la vida hasta al más serio de los serios.

POESÍA

La poesía y yo nos conocimos al final de mi niñez. A partir de ese feliz encuentro, me ha acompañado y arrullado siempre. Quienes hemos tenido la suerte de descubrir su embrujo, entendemos que las palabras tienen diferentes poderes, mágicos y sobrenaturales. Por supremacía, los poetas enamoran, y sutiles, enseñan a enamorar. Nos llevan por el camino del buen querer, y a veces, por los vericuetos de la nostalgia. Con los poemas nos enamoramos de la luna, del mar, de amaneceres amarillos y de algún ayer.


 Mi primer acercamiento a este género de idilio fue García Lorca y su Romancero Gitano, con sus versos musicales. Después, de la mano de mi adolescencia, llegó Bécquer con sus rimas de amor eterno, desesperado e imposible. Bastaba con ver mi cuaderno de matemáticas para darse cuenta de que, más que teoremas y ecuaciones, sus páginas hablaban de la métrica con la que bailan las palabras. Neruda llegó para quedarse. Sus sonetos me consuelan cuando alguna sombra me acecha.

En el momento preciso, llegó mi regalo mayor y mi visión poética se completó. Fue el día que conocí a Mario Benedetti y sus acordes cotidianos. Este bello uruguayo marcó un antes y un después. Y también, desde que ocurrió esa revelación magistral, duerme al lado mío, descansa sobre mi mesa de noche. Han pasado más de veinte años desde que ese prodigioso encuentro sucediera, y aún me sorprende con sus frases simples.

Podría enumerar otros tantos, que me han cautivado: Gioconda Belli y su desfachatada forma de seducir, Alfonsina Storni con su rebeldía permanente, Miguel Hernández y su historia triste. Y muchos otros, que han dejado frases, palabras y tanta huella. Y es que no existe remedio mejor, que un poco de poesía para aclarar un día gris y suavizar sus asperezas.

«¿Cómo decir este deseo de alma? 
Un deseo divino me devora;
 pretendo hablar, pero se rompe
 y llora esto que llevo adentro y no se calma.»
Alfonsina Storni








«Sé que voy a quererte sin preguntas,
sé que vas a quererme sin respuestas.»

Mario Benedetti


«Un  reposo claro
Y allí nuestros besos,
Lunares sonoros del eco,
Se abrirían muy lejos.
Y tu corazón caliente,

Nada más.»
Federico García Lorca


«Asomaba a sus ojos una lágrima 
y a mi labio una frase de perdón; 
habló el orgullo y se enjugó su llanto, 
y la frase en mis labios expiró. 

Yo voy por un camino; ella, por otro; 
pero, al pensar en nuestro mutuo amor, 
yo digo aún: —¿Por qué callé aquel día? 
Y ella dirá: —¿Por qué no lloré yo?»

Gustavo Adolfo Bécquer


«Aunque bajo la tierra
mi amante cuerpo esté, 
escríbeme a la tierra
que yo te escribiré»
Miguel Hernández










«Puedo escribir los versos más tristes esta noche.
Pensar que no la tengo. Sentir que la he perdido.
Oír la noche inmensa, más inmensa sin ella.
Y el verso cae al alma como al pasto el rocío.»
Pablo Neruda






«Amo a los poetas -bellos ángeles lanzallamas-  

que inventan nuevos mundos desde la palabra

y que dan a la risa y al vino su justa
y proverbial importancia.»
Gioconda Belli



TE EXTRAÑAMOS EN LA FOTO

No creo que en donde estés, podás vernos.  A veces me gusta pensar que así es, que quisieras compartir con nosotras  todo lo bueno que la vida nos ha regalado, o resolver las pruebas que también nos ha mandado. Pero eso no sería un descanso eterno. Sería un caos, tú allá arriba viendo sin poder hacer o decir,  y nosotras acá abajo, riendo o llorando, y a veces, haciéndonos de bolas. Si no te hubieras ido tan pronto,  estarías en esta foto. Al lado de mi mamá, en medio de todas tus hijas. 

 Imagino que, con todo el dolor de tu corazón, ya no tendrías pelo. Pero no te preocupés, tus bigotes seguirían ahí,  tal vez salpicados de blanco, pero coquetos y frondosos, como los recuerdo. Como buen Serra, estarías barrigón, pero siempre guapo, con los ojos moros y brillantes que heredaron algunos de tus nietos. Esta foto la tomó el mayor de ellos, Javier. Ese hijo mío que heredó desde tu zurdera y tus cejas peludas, hasta tu gusto por las letras y la pasión desaforrada por la fotografía.  

Se te extraña padre, no tenés  idea de cómo ni de cuánto…
    


WALTER Y DON FRUTAS

Hay rostros que se impactan en la mente, imágenes que nos alborotan las emociones. Hoy, mientras compraba fruta en la calle, conocí a Walter Alberto Hernández Barrera. Un adolescente, con semblante de niño pequeño, sonrisa dulce y mirada triste. Su porte frágil y su ropa raída, hablaban de hambre y carencias. No quería dinero, me pidió trabajo. Sus palabras fueron educadas y me gustó su voz. Con pesar, lamenté no poder ayudarlo con algún empleo. Con la misma educación, me agradeció y se alejó. No pude seguir comprando mis mangos. Le pedí a Don Frutas que lo llamara con un chiflido, pues no escuchó cuando yo lo llamé.

Algo en este niño licuó mis sentires. Le pregunté su nombre, su edad, “15 seño” me dijo, pero en el hilo de la conversación, descubrí que el 22 de junio cumplirá 14. También hablamos de sus habilidades. “Conozco de albañilería, de jardines, puedo lavar carros, y se leer y escribir. Llegué a 4to grado.” Mientras recitaba su curriculum, yo leía la desolación de su mirada. Como buena mamá de adolescentes no traigo mucho efectivo conmigo, mi bolsa es caja chica de planes y “por si acasos”. Le di lo poco que llevaba, “para que comás un desayuno de verdad” le dije. Menos mal Don Frutas me conoce, y me aceptó cheque. Escuché claridad en sus palabras. Conmovida y shute, como buena mujer a la que ya no le da pena preguntar, quise saber su historia. “¿Tiene tiempo Seño?” preguntó. No le pude dar trabajo, no tenía mucha plata para compartir con él, ¿cómo no iba a regalarle algo de mi tiempo? “Contame” le dije, y nos sentamos en la acera.


La historia de mi amigo petenero es larga, triste e inaudita. Imposible de plasmar en dos párrafos. Con el balance patas arriba entré a mi oficina. Y aunque me regañen por extenderme en mis relatos, necesité exorcizar el impacto de mi encuentro, para recupera un poco de equilibrio. Pero ¿Él que hará? Su rostro de niño cansado quedará incrustado en el fondo de mis eternos cuestionamientos.

TERREMOTO EN PREPARATORIA

Hay etapas de certezas especiales, de cambios y descubrimientos. Preparatoria, por ejemplo, es un año revelador para los niños. Son los veteranos de preprimaria. Yo estaba fascinada, pues en preparatoria conocí el mundo de las tareas escolares. Me sentía importante por el peso de la responsabilidad y de los cuadernos en mi primer bolsón. Tanto, que me gasté el entusiasmo, y me hizo falta cuando las tareas llegaron a estorbarme en secundaria. Porque en la adolescencia, los deberes ocupaban tiempo necesario para descubrir el mundo. Por una cocinera muy creativa, también supe que existía un macabro personaje llamado “El Coco”. Este malvado, vendría a moverme la cama y asustarme en las noches si no me comía toda la cena. Para dormir en paz, más me valía comerme todos los frijoles. Una tarde de tarea de matemáticas, debía dibujar manzanitas en canastas, para ilustrar sumas dificultosas de un dígito. Estuve muy entretenida. No sé si el resultado de las sumas fue el correcto. Pero si recuerdo que en mi infantil opinión, las manzanas, rojas y redondas, eran una obra de arte. Estaba tan contenta que de buena gana dejé el plato limpio en la cena. 

Esa madrugada, me despertó un movimiento terrible.

Se me cayó el estómago del miedo, ¡El Coco no dejaba de mover mi cama! Además de malo era chanchullero. Entré en pánico. Para mi alivio, mi papá corrió al cuarto y me salvó. En menos de dos minutos, con dos niñas abrazadas como sandías, una en cada brazo, salimos de la casa. Fue la madrugada del 4 de febrero de 1976. Los guatemaltecos fuimos azotados por un terremoto violento y monumental. Me quedé con la gana de entregar mi tarea de sumas y manzanas a Frau Vicky, mi maestra. Un mes esperó mi cuaderno de cuadrícula grande en el bolsón, antes de que un poco de normalidad regresara a nuestras vidas.


En febrero del 76 Guatemala cambió para siempre. En medio de la desolación colectiva, mi mente de seis años se sintió aliviada. Pues tuve la certeza de que el Coco siniestro, fruto de la imaginación y manipulación de Lupe la cocinera, no existía. Ese año de preparatoria y temblores, aprendí que todo puede cambiar de un momento a otro, a sumar y restar, y a no creer todo lo que me cuentan.