El paso del tiempo es una de las pocas certidumbres que conocemos. Los días son soldados que marchan a ritmo constante, sin interrupción. Llegan, caminan durante veinticuatro horas y se van dando paso al siguiente compañero. Así, forman pelotones llamados meses y ejércitos llamados años. Son universales. Con suerte, en su desfile aprendemos algo y siempre, nos deja de todo: bueno y malo. Hay cosas cotidianas que nos gritan, con descaro, cuantos pelotones hemos visto pasar.
Leí que mi película favorita, fue filmada en 1992, ¡Hace veintiún años! Parece que fue ayer cuando salí del cine emocionada y enamorada de un ciego, militar y muy controversial Al Pacino. La buena noticia es que cada vez que la veo, aprendo algo nuevo. Ayer la vi. Pobre Alex, porque ahora, tengo ganas de aprender a bailar tango, como lo hacían mis abuelos, como lo hace este genial personaje. No se imagina que recibirá clases de este baile bello y argentino. Y es que la escena del tango en la película, sin palabras, grita a viva voz todo lo que este hombre tenía adentro y que sus circunstancias estaban aislando y apagando.
El personaje interpretado por Chris O´Donnel (Charlie) es menor que Javier mi hijo, un año mayor que Adrián, ¡mi bebé de dieciséis años! Eso es sentir que el tiempo pasa, pesa y atropella. Pero nos deja cosas simples, bellas y bien hechas, como “Scent of a Woman”, mi película favorita.